En una visita que hacen Eli Lotar y André Masson a los mataderos de París, el fotógrafo húngaro saca unas fotos que impresionan a Bataille y lo llevan a escribir uno de los magistrales ensayos de Documents (número 6, 1930), ensayo por supuesto que enfocado por Georges Sebbag en su reciente estudio sobre la revista. Masson, tan interesado por el tema de los sacrificios como Bataille, incluso hace pinturas sobre los mataderos en 1928 y 1930 (El descuartizador y Matadero). Bataille señala el carácter casi apestado de los mataderos, situados lejos de la ciudad y afirma que las víctimas de esa especie de cuarentena no son tanto los carniceros o los animales como las personas incapaces de soportar su propia fealdad, una "fealdad que responde a una necesidad enfermiza de propiedad, de pequeñez biliosa y de aburrimiento". Su texto no puede, a su juicio, igualar la fuerza de las fotos porque estas nos confrontan a la fuerza con la realidad concreta de estos lugares cuya visión resulta insoportable.
Eli Lotar había ya colaborado en las ilustraciones de El amor loco de Breton, y luego sería operador fotográfico de Luis Buñuel, amén de Jean Renoir, de Marc Allégret y de Jacques Prévert. Pero veamos este inesperado pasaje del capítulo LXXXV de la Automoribundia de Ramón Gómez de la Serna, el mayor escritor español del siglo XX, cuando ya se encuentra asentado en Buenos Aires, allá por 1950:
"Un fotógrafo que viene de remotas tierras y que por casualidad ha sido elegido para hacerme unas fotos, mira complacido los muros de mi casa y de pronto como enajenado exclama: –Esa foto la he hecho yo. –¿Cuál? –pregunto para saber si es un fotógrafo bastante singular, y así he tenido el honor de ver en mi casa al autor de una de las más emocionantes y sencillas fotografías que ha publicado la más escogida revista minoritaria de París, unas pezuñas de ternera puestas –como botas de caña clara a la puerta de un cuarto de hotel– junto a la tapia de un matadero –un abattoir francés".
Nada más llamativo que esta calificación que da Ramón a Documents y el hecho de que la recuerde tan bien tanto tiempo después. También muestra lo atento que estaba a todo lo que de más audaz iba ocurriendo en la Europa de los años 20 y 30, hasta que dejara el matadero español en 1936.
p.s. Plinio el Viejo cuenta que en Roma bebían la sangre de los gladiadores moribundos, y a fines del siglo XIX el médico recetaba a los anémicos beberse un vaso de sangre en los mataderos.
André Masson, Matadero, 1930 |