Jean Paulhan
aparece en el “Rendez-vous des amis” de Max Ernst, lo que le da sin duda mucho
prestigio. Poco conocedor de su obra, yo lo menospreciaba algo, al considerarlo
uno de tantos racionalistas de la literatura. Pues bien: mi valoración de este
gran hombre de letras ha subido muchos enteros tras la lectura de su
correspondencia con Breton.
La edición
es muy buena, y Clarisse Barthélemy ha realizado un gran trabajo, con un estudio
inicial muy denso y anotaciones certeras.
La relación
entre Breton y Paulhan tiene dos grandes épocas, con un silencio entre 1926 y 1935,
o sea coincidente con los tiempos en que los surrealistas decidieron ponerse “al
servicio de la revolución”, desatendiendo a Antonin Artaud, para quien era la
revolución la que debía ponerse al servicio del surrealismo. Para colmo,
identificaron a la revolución con los imbéciles del PCF y el serial killer
de Georgia. Paulhan (que por cierto venía del anarquismo) pone al desnudo las contradicciones del surrealismo al
adherirse al PCF y denuncia la “ensalada marxisto-hegeliana” en que ha
desembocado el ensueño de absoluto con que André Breton se había levantado en
armas. Breton lo insulta y Paulhan le manda sus testigos, pero Breton no estaba
para duelos. En 1935 hablarán de un “malentendido”.
En la
primera etapa, Breton le dedica a Paulhan “Sujet” (1918) y hay una relación muy
cordial, con un Paulhan que era mayor que Breton y a quien Breton respeta mucho,
incorporándolo a Littérature. Henri
Béhar, en el Dictionnaire André Breton, ya daba todas las pistas de esta
entente de los años 20, así como de la segunda época, y Georges Sebbag, en el
imprescindible Potence avec paratonnerre. Surréalisme et philosophie, ha
indagado la cuestión del lenguaje tal y como se planteaba en ambos durante
aquellos años fundacionales.
Pasan los
ocho años de silencio y, tras la publicación de Posición política del
surrealismo, se produce el reencuentro, en cartas que van rápidamente, por
parte de Breton, del “Señor director” al “Querido amigo”. Breton le dedica El
amor loco con palabras muy bellas, como solían ser las de sus dedicatorias.
Paulhan le publica textos claves, intercambian palabras sobre la Antología
del humor negro y se convierte en “editor cómplice y confidente”, cuya “admiración
recíproca” va a ganar con los años “profundidad y confianza”, por decirlo con
Clarisse Barthélemy, quien explora la comunicación que se produce en un triple
plano: político, filosófico y poético, tanto en el breve pero conturbado período
anterior al exilio como en el del retorno y años sucesivos. Como es sabido,
Paulhan es quien invita a Breton a tomar la palabra –vibrante palabra– sobre
Antonin Artaud, la primera intervención de su retorno parisino.
Paulhan es
pues un cómplice privilegiado entre los externos al movimiento surrealista, y
aunque demasiado hombre de letras, poseía una categoría extraordinaria, no
estando exento su perfil de cierto misterio, que lo hace más atractivo aún. Hay
apuntes interesantes sobre La lámpara en el reloj, Flagrante delito,
el esoterismo (uno de los terrenos en que se encontraban), Pleine marge,
la colección Revelación y proyectos como el de publicar la novela visionara de
Kubin (recuérdese que Breton solo llegó a editar a Fourré), el asunto de las
grutas en que Breton se vio envuelto por hacer lo que deberíamos estar haciendo
siempre, el juego de lo uno en lo otro, L’Art magique, el nefando
Cocteau cuando lo hicieron “Príncipe de los Poetas” (deshonrando un título que
ostentaba Paul Fort), la Compañía del Art Brut, el descubrimiento de Saint-Cirq
Lapopie, Malcolm de Chazal (con quien Paulhan sostuvo una fascinante
correspondencia), etc. Al nombrarle Breton a Maurice Heine, le dice: “no he conocido
ser más puro ni más raro”.
No hay
cartas en los último cuatro años de la vida de Breton, quizás motivado ello por
el hecho de que Paulhan se convirtiera en académico, lo que en verdad es un
oprobio, como infinidad de veces denunció en el mundo literario hispánico Ramón
Gómez de la Serna. Pero seguramente ocurrió lo que en tantas correspondencias,
produciéndose un lapsus que luego se prolonga por inercia de las dos partes.
Paulhan no
olvida a Breton y organiza el homenaje de la NRF, del mismo modo que ya
colaboraba en el pionero libro de ensayos y testimonios de Marc Elgendinger, en
1949.
Jean Paulhan muestra en estas cartas ser un espíritu con grandeza. Aparte de ello, qué superior a casi toda esa crítica universitaria de los últimos cincuenta o sesenta años, tan pedante en sus pretensiones “científicas”. Figura además serenamente independiente, Paulhan merece sin duda formar parte del “rendez-vous des amis”.